De Última

borarte de magia

martes, agosto 23, 2005

Estoy sentado en el penúltimo asiento de la fila de los individuales y un tipo de unos 65 años me pide el asiento de no muy buena manera.
Me niego, si quiere sentarse que reclame los primeros que para eso están.
Insiste y la gente ya se empieza a dar vuelta. Involuntariamente me convierto en uno de los protagonistas del conventillo colectiveril del día.

Yo sigo firme en mi postura, si cuando me subí elegí ese asiento y no los primeros, fue justamente para no tener que pasar por esta situación. (Y no soy mala persona yo, hace unas semanas se subió una mina con un bebe a un subte lleno y como nadie le dejaba el asiento, puse voz de indignación y dije “¿Alguien le puede ceder el asiento a la señora que está con un chico?”. Pero esta vez es diferente).

El viejo sigue creyendo que tiene derecho a sentarse donde quiera y pretende darme una clase de modales mientras insulta y patalea, hasta que un tipo se mete, me da la razón, manda al viejo para adelante, y éste no tiene mas remedio que obedecer e irse murmurando.


Soy a la eterna lucha contra los viejos rompepelotas lo que Rose Parks fue a la de los derechos civiles de los negros.