De Última

borarte de magia

martes, diciembre 06, 2005

Entro a un subte semi-vacío y casi inmediatamente la veo apoyada cerquita de la puerta como si estuviese descansando, como abandonada, como si alguien la hubiese dejado ahí a propósito para que yo no pueda sacarle la vista de encima por el resto del viaje mas que para vigilar que nadie más la esté mirando; pienso excusas para acercarme de manera cashual (no sea cosa que se sospeche de mi verdaderas intenciones), pero no se me ocurre nada no-estúpido para hacer. Me inquieto un poco cuando el pibe de remera metalera y anteojos negros que la estaba fichando más que yo se le acerca hasta quedar al lado, pero lo único que hace es echarle una mirada mezcla de deseo y resignación y se baja del subte fracasadamente. Los otros pasajeros no parecen ser competencia, pero uno nunca sabe, así que junto coraje y me paro del asiento, atravieso el vagón con determinación, me agacho, la agarro del piso casi sin mirar, me vuelvo a parar y me percato de que me mira con recelo casi la mitad del vagón, vuelvo con verguenza a mi asiento y al abrir la palma de la mano corroboro (felizmente) que ahora mi dignidad equivale a una moneda pisoteada de 1 peso.