Decí que siempre tuve visión de futuro y sabía que en algun momento de mi vida me iba a dejar de gustar el futbol, porque si me gastaba $225 en ese conjuntito pedorro de la Selección ahora me estaría pegando un tiro en las bolas de la bronca. O peor aún, lo usaría para no hacerme tanta mala sangre.

Cuatro porciones de pizza, un té, dos alfajores, y una banana.

Si llego a ver a mi hijo comiendose eso un sábado a las 7 de la mañana mientras me estoy cambiando para ir a laburar lo echo de casa.

Basta, me cansé, se acabaron los “que haces, che”, las sonrisitas falsas, las extendidas de mano y las levantadas de ceja a media distancia; ese morocho de barbita candado que usa remeras manga tres cuartos en cualquier época del año y se sienta atrás mío en física es el último conocido clase C que me deja pagando.

“No saludar hasta ser saludado”, desde hoy empiezo.

Estoy sentado en el penúltimo asiento de la fila de los individuales y un tipo de unos 65 años me pide el asiento de no muy buena manera.
Me niego, si quiere sentarse que reclame los primeros que para eso están.
Insiste y la gente ya se empieza a dar vuelta. Involuntariamente me convierto en uno de los protagonistas del conventillo colectiveril del día.

Yo sigo firme en mi postura, si cuando me subí elegí ese asiento y no los primeros, fue justamente para no tener que pasar por esta situación. (Y no soy mala persona yo, hace unas semanas se subió una mina con un bebe a un subte lleno y como nadie le dejaba el asiento, puse voz de indignación y dije “¿Alguien le puede ceder el asiento a la señora que está con un chico?”. Pero esta vez es diferente).

El viejo sigue creyendo que tiene derecho a sentarse donde quiera y pretende darme una clase de modales mientras insulta y patalea, hasta que un tipo se mete, me da la razón, manda al viejo para adelante, y éste no tiene mas remedio que obedecer e irse murmurando.


Soy a la eterna lucha contra los viejos rompepelotas lo que Rose Parks fue a la de los derechos civiles de los negros.

Tengo un 14% de efectividad adivinando los temas que salen de los auriculares de desconocidos en el colectivo.

Divulguen bien esta data: “yendo” se escribe “yendo”, con “Y” de yendo.

Así algún día, no se si hoy, no se si mañana, pero algún día vamos a poder usarla correctamente sin tener esa horrible sensación de que el otro piense que la escribimos para el orto.

Y no soy ortiva yo, no me jodan, es imposible sostenerle la charla por mas de 10 segundos a una persona que tiene pelusas del pullover colgándole de la barba.

Que desconsideración de parte del profesor del gimnasio tirar la colchonetita al lado de todos los grosos en musculosa que levantan toneladas y ponerse a enseñarme como hacer abdominales ahí.

Parece mentira, pero después de casi un mes de uso indiscriminado, mi vieja tuvo que ir a la perfumería a comprar un desodorante de varón porque entre mi viejo y yo le estábamos gastando todo el Rexona Essence.