Se me terminó de romper el collarcito playero que me compré a principio de enero en Mardel.
Ahora si, oficialmente, ha concluido el verano.
borarte de magia
Se me terminó de romper el collarcito playero que me compré a principio de enero en Mardel.
Hablarle a mi viejo mientras mira ¨24¨ es el nuevo truco que descubrió mi mamá para romper impunemente las pelotas.
Tardé 3 semanas en darme cuenta de que estaba usando un paquete de carilinas como reemplazo de la funda rota de mi celular.
Llegó un momento en el que me cansé de mis cada vez más frecuentes delirios paranoides. Que el guardia de seguridad me vigila pensando que me voy a robar algo; que el tachero me quiere pasear por la ciudad; que el tipo del asiento de al lado se empeña en mirar lo que escribo en el celular; o ver a una pareja besándose y sobresaltarme porque pienso que es la chica que me gusta a mi, basándome solamente en que tiene su mismo color de pelo...
Ni se para qué me gasté en meter palabras como ¨circunstancialmente¨, ¨interdependencia¨, o ¨prefiguración¨; ni para qué asentía con la cabeza haciéndome el que me resultaban interesantes las cosas de las que se ocupaba la empresa; ni para qué le exageré las responsabilidades que tenía en mis trabajos anteriores. Si total mi suerte ya se había echado 10 minutos antes de entrar cuando la mina que me iba a hacer la entrevista (10 minutos después supe que era ella) registró con la peor de las caras el momento exacto en que, en un típico e inevitable acto reflejo masculino, giraba indisimuladamente mi cabeza para mirarle el culo.
Parrandero, colérico y escandaloso. Éste es el Diego que queremos los argentinos.
Entro a un subte semi-vacío y casi inmediatamente la veo apoyada cerquita de la puerta como si estuviese descansando, como abandonada, como si alguien la hubiese dejado ahí a propósito para que yo no pueda sacarle la vista de encima por el resto del viaje mas que para vigilar que nadie más la esté mirando; pienso excusas para acercarme de manera cashual (no sea cosa que se sospeche de mi verdaderas intenciones), pero no se me ocurre nada no-estúpido para hacer. Me inquieto un poco cuando el pibe de remera metalera y anteojos negros que la estaba fichando más que yo se le acerca hasta quedar al lado, pero lo único que hace es echarle una mirada mezcla de deseo y resignación y se baja del subte fracasadamente. Los otros pasajeros no parecen ser competencia, pero uno nunca sabe, así que junto coraje y me paro del asiento, atravieso el vagón con determinación, me agacho, la agarro del piso casi sin mirar, me vuelvo a parar y me percato de que me mira con recelo casi la mitad del vagón, vuelvo con verguenza a mi asiento y al abrir la palma de la mano corroboro (felizmente) que ahora mi dignidad equivale a una moneda pisoteada de 1 peso.
Es obvio que no me voy a poder concentrar en la canción que mi amigo quiere que escuche si cada 10 segundos interrumpe para decirme que ¨ahora viene la mejor parte¨, que el guitarrista esto, que el batero lo otro, que la letra la escribió un día que blablabla, y menos que menos si constantemente me mira para chequear si me está gustando el tema que él me obligó a escuchar.
Sentado frente a los apuntes con la mente totalmente en blanco me propongo uno de esos desafíos incoherentes que no se porque extraña razón uno piensa que pueden influir de alguna manera en el resultado del parcial.
Y si, se sabía, 2 minutos hablando con ella y la absoluta certeza de que es muchisimo mas que palabras precisas, metaforas impecables, y retazos delirantes de su mente.
Yo creo que la culpa es de mi vieja. Aquel día de 1990 en que fui a sacar el documento debió haberme aconsejado (o advertido) que es mejor esmerarse y hacer las cosas bien desde un principio para que cuando uno crezca no se conviertan en un problema que sea cada vez mas difícil de resolver hasta llegar al punto totalmente crítico y vergonzoso de tener 21 años y la firma mamarrachesca de un nene de 6.
Pocas veces me siento tan ridículo como en esos segundos en los que me tengo activar de repente, hacerme el que bailo, tirar algún chiste, reirme del de otro, fingir charlas interesantes, adular a las empanaditas, y volver a mi posición original de mirar portarretratos y cd's apenas vuelve a girar la cabeza el cumpleañero.
Las pocas chances que me quedaban con mi vecina 9 puntos del séptimo murieron en el preciso instante en que se me ocurrió que no había ni una razón aparente para peinarme, ni sacarme la lagaña de los ojos, ni lavarme los dientes, ni cambiarme la remera agujereada de los redondos de cuando tenía 16 años un domingo resacoso a las cinco de la tarde para caminar las tres cuadras que me separaban del videoclub. Y no la había, bajo ningún concepto, en un radio de tres cuadras a la redonda de tu casa está permitido andar vestido como si fuera tal, pero bueh, andá a explicárselo a ella en ese estado.
Como me gustaría saber que pasa por la cabeza de los amigos de mis viejos en el preciso instante en que digo “sisi, yo le aviso que llamaste”, habiendo aprendido hace ya varios años que de cada diez llamados que hagan preguntando por ellos yo me voy a acordar de pasar, como muchisimo, tres.
Te retumba una idea en la cabeza y no sabés donde carajo lo escuchaste, lo viste o lo leíste. Vas a los libros, relees Borges, Sábato quizás, revisás apuntes viejos de la facultad, letras de canciones, alguna película, o citas de algún personaje celebre, y cuando ya estás cansado de buscar y a punto de resignarte, te acordás que se lo leíste a Bucay en su columna de opinión de la Viva del domingo y terminás sintiéndote casi casi tan chanta como el.
Che, si de pura casualidad esto lo lee alguien al que le sobre una entrada para la samc, por favor no la tire ni se la regale a cualquiera, piense que del otro lado del monitor hay una persona que se gastó los $65 + gastos de envío de la entrada en materiales para la facultad, un mouse al que le funcione el botón derecho, y la parte de la vaquita que le correspondía por el regalo de cumpleaños de su padre, y ahora tiene que cometer bajezas como ésta para poder ver a Tiesto el 15 de octubre en La Rural.
Es ley.
Tomé conciencia del avanzadísimo nivel de ñoñez que tenía cuando me conecté al Msn después de una semana de no usarlo y casi que fue orgásmico.
Y cuando uno creía que la insuperable noche había llegado a su fin y nada más podía pasar, veo caminando sin rumbo y totalmente borracho a mi vecino rugbier de unos 18 años, con la mirada desencajada, camisa medio abierta, despeinado y con manchas de algun tipo de trago-frutal-que-pegue, yendo en sentido opuesto al de nuestro edificio y a minutos de caer derrotado por el alcohol en el escaloncito de alguna casa del barrio.